Apenas él le acariciaba el rostro, a ella se le agolpaba el cuerpo y caían en fantasías, en salvajes deseos, en suspiros exasperantes. Cada vez que él procuraba acercar las manos, se enredaba en un quejido quejumbroso y tenía que voltearse de cara al cielo, sintiendo cómo poco a poco las miradas se buscaban, se iban cruzando, apoderando, hasta quedar tendido como el trozo de papel al que se le han dejado caer unas gotas de rocío. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se humedecía los labios, consintiendo que él aproximara suavemente sus besos. Apenas se entrelazaban , algo como un sentimiento los llenaba, los excitaba y conmovía, de pronto era el clímax, la pasión latente de las almas, la irremediable sumisión del cuerpo, los gemidos del corazón en una extasiada sensación. ¡Amor! ¡Amor! Abrazados en la cresta del mundo, se sentían palpitar, acelerados y satisfechos. Temblaba el cielo, se vencían las distancias, y todo se resolvía en un profundo orgasmo, en llamas de antiguas cenizas, en caricias casi crueles que los llevaban hasta el límite de las lágrimas.
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